
Luis Guzmán Palomino
En las siguientes líneas rememoramos la "entrada" de los invasores españoles al territorio donde dieron con el Hatun Mayo o Río Grande, al que denominaron Amazonas en alusión a la resistencia armada que hallaron en varios de los pueblos asentados a sus orillas, lucha en la que incluso tomaron parte las mujeres nativas, tal vez la nación "Mayorunas" o Gente del Río.
El conocimiento de este suceso sirve para tener un mejor perfil de Gonzalo Pizarro, quien perpetró en ese territorio actos de un salvajismo inaudito. Y también para poner de relieve la heroica resistencia de los pueblos invadidos, historia poco conocida. Revisemos en síntesis lo que entonces sucedió.
Desde que a finales de 1538 una expedición al mando del capitán asturiano Gonzalo Díaz de Pineda, se internara en las selvas al oriente de Quito buscando un mítico reino que empezó a llamarse "El Dorado".se desató el interés codicioso de los españoles por la que también dio en denominarse "País de la Canela" . Y los Pizarro, Francisco y Gonzalo, aquietado relativamente el país tras la muerte del viejo Diego de Almagro, discutieron la conveniencia de efectuar una entrada a esa región, que de paso serviría para afirmar los derechos del primero, un tanto desacatados por el audaz conquistador Sebastián de Belalcázar.
Estando en Yucay, el 30 de noviembre de 1539, considerando atinadamente que Quito sería obligada estación en la jornada, y al mismo tiempo para tener a buen recaudo esa región peruana, Francisco Pizarro confirió a su hermano título de Gobernador de Quito, en la seguridad de que dicho nombramiento fuese aprobado por el rey. En el Cuzco Gonzalo gastó sesenta mil pesos de oro en alistar una lucida hueste, que finalmente quedó conformada por 180 soldados,
3,000 nativos aliados y pequeño grupo de negros esclavos, 100 caballos, 600 perros de guerra, y gran cantidad de auquénidos, puercos y carneros como aprovisionamiento.
El primer tramo de la jornada se realizó pasando Limatambo, Curahuasi, Andahuaylas, Vilcashuamán, Parcos, Jauja, Tarma, Bombón y Tonsucancha, sin mayor dificultad; pero el tramo siguiente, comprendido entre Huánuco Viejo, Taparaco, Pincos, Huari, Piscobamba y Conchucos, debió enfrentar la tenaz oposición de grupos nativos que obedecían al orejón cuzqueño Illa Túpac, lo que obligó reforzar la región con tropas del capitán Francisco de Chávez. Un cerco tendido en Conchucos por la gente de Illa Túpac estuvo a punto de destrozar la
expedición, pero salvada ésta, los españoles cobraron venganza con campañas devastadoras. Se abrieron paso quemando indios, dándolos de comer a los perros feroces, masacrando las mujeres que se quedaban en los pueblos, ahogando a los niños, en fin, llevando a cabo una condenable barbarie.
Gonzalo hizo alto en Sihuas, donde al parecer fundó una villa. Luego pasó a la costa, para seguir sin apuros hasta San Miguel de Tangarara (Piura), donde incorporó a sus fuerzas algunos españoles y no pocos nativos Tallanes lugareños. Avanzó luego al Norte siguiendo el camino cuzqueño construido un siglo antes por Túpac Inca Yupanqui, el civilizador de tierras quiteñas. Para algunos de sus hombres eran comarcas conocidas; en 1534, por ese mismo camino habían avanzado, también desde Piura, bajo el mando de Sebastián de Belalcázar primero, y luego con Diego de Almagro. El primero fue seguido en ese 1534- por los españoles de Piura y miles de indios Tallanes; Almagro lo hizo con su tropa española del Cuzco y miles de aliados y auxiliares incaicos, entre ellos un príncipe imperial y Felipillo el intérprete tallán. Fueron esos hombres
del Perú quienes fundaron Riobamba y Quito ese mismo año. Asimismo, Almagro había fundado la ciudad que más tarde se llamaría Guayaquil y dispuso por carta la fundación de Puerto Viejo.
Así, pues, la hueste de Gonzalo avanzaba por tierras conocidas; por comarcas propias como que dependían del Gobernador del Perú, Francisco Pizarro. Fue así como cruzaron Cusipampa, Tumebamba y Riobamba. Gonzalo Pizarro que como dijimos- había sido nombrado Gobernador de Quito por su hermano Francisco, fue recibido solemnemente por el Cabildo quiteño el 1° de diciembre de 1540, y Pedro de Puelles, a quien Belalcázar dejara por su teniente en esa ciudad, no vaciló en prestarle obediencia. Gonzalo permanecería allí sólo el tiempo necesario para efectuar los últimos aprestos de la expedición, afrontando la oposición de los vecinos de esa ciudad. Un documento fechado en Quito a 23 de diciembre dice a las claras que los de Quito se negaron a colaborar en la empresa:"el muy magnífico señor Gonzalo Pizarro" -se lee en un auto
original- [ ... ] ha procurado que los vecinos y estantes socorriesen con los dichos pesos de oro, prestándoselos, y no los ha podido haber, y al presente no está en parte donde se los puedan emprestar ni él los tiene Gonzalo se vio entonces en la necesidad de tomar dinero prestado de las cajas reales, cuidándose de hacerlo en presencia de acreditados testigos. Y sin desear permanecer por más tiempo entre vecinos tan cicateros, ordenó inmediatamente la partida. Fue por entonces que entró en relación con Francisco de Orellana, quien a cambio de reclutar un poco más de gente en Guayaquil y La Culata, obtuvo nombramiento de lugarteniente.
En la Pascua de Navidad de 1540, Gonzalo reinició su jornada con dirección al levante. Orellana, con veintitrés soldados, se le uniría en el pueblo del Motín, recién en febrero de 1541. Pasaron la provincia de Quijos, soportando un violento terremoto, y luego siguieron a Zumaco, estacionándose en las faldas del volcán Guacamayo. Por los contornos vieron los pocos árboles canelos que tanto entusiasmaron a Díaz de Pineda y cuando parecía menguar el entusiasmo de la
gente, pues empezaba a padecerse el hambre, se cogió a un nativo de los contornos que habló de la existencia de un fabuloso reino más al interior de las selvas.
Las ilusiones de muchos crecieron entonces, pensando en que tal vez encontrarían al tan mentado "El Dorado" prosiguiéndose la marcha con renovados bríos. Llegaron así al río Coca, que bautizaron Santa Ana. A sus orillas Gonzalo ordenó la construcción de un bergantín, que bautizado como "San Pedro" puso a órdenes de Orellana, confiando en su interior el hospital,
armas, vestidos y demás equipaje. La tropa avanzaría por tierra, paralela a la navegación del bergantín por el río.
Fueron varios meses de lenta y tortuosa marcha y al cabo ganó el hambre en todos ellos. Consumidos los puercos, carneros, auquénidos y casi todos los caballos, empezó a sacrificarse los perros y a comerse yerbas y raíces silvestres. Relatan las crónicas que no se reparó entonces en nada y aun se comieron sapos, culebras y otras sabandijas. Posiblemente, pasado un sitio
denominado Guema, la tropa exigió hacer alto y regresar. Gonzalo que temió el estallido de un motín, autorizó el descanso, durante el cual sus exploradores lograron capturar algunos lugareños, tal vez Secoyas, que fueron sometidos a salvajes torturas con el propósito de obtener informaciones, llegándose a una crueldad sin límites.
Dice la crónica que Gonzalo se enojó en ver que los indios no daban respuesta ninguna que fuese conforme a lo que deseaba y tornando a preguntar algunas otras cosas a todo decían que no [ ... ] mandó entonces que puestas unas cañas atravesadas con unos palos a manera de borquetas, tan anchas como tres pies, y tan largas como siete algo ralas, que fuesen puestos en ellas aquellos indios y con fuego los atormentaban hasta que confesasen la verdad y no se la tuvieran oculta; y prestamente los inocentes fueron puestos por los crueles españoles en aquellos asientos o barbacoas y quemaron algunos indios, los cuales, como no sabían lo que decían, ni tampoco hallaban causa justa por donde con tanta crueldad les diesen aquellas muertes, dando grandes aullidos decían con voces bárbaras y muy entonadas: ¿Cómo nos matáis con tan poca razón, pues
nosotros jamás os vimos ni nuestros padres enojaron los vuestros?¿queréis que
os mintamos y digamos lo que no sabemos? Y diciendo muchas palabras lastimosas, el fuego les penetraba y consumía los cuerpos suyos. Y el carnicero de Gonzalo Pizarro no solamente se contentó de quemar los indios sin tener culpa ninguna, más mandó que fuesen lanzados otros de aquellos indios, sin culpa a los perros, los cuales los despezaban con los dientes y los comían; y
entre éstos que aquí quemó y aporreó oí decir que hubo algunas mujeres, que es de tener a mayor crueldad .
La cita es de Pedro de Cieza de León, el más acreditado de los cronistas. Y los nativos inmolados posiblemente pertenecieron fueron Secoyas o Arabelas.
Estando en ese trance, cuando la hueste española perdía casi toda esperanza, vino a surgir como nunca la sugerencia de Orellana, "fórmula que, por raro caso, no consistía en avanzar ni retroceder: pedía el bergantín y algunos hombres, partiría río abajo con el propósito de buscar comida, si la hallaba volvería, si no volvía era porque no la había podido encontrar. Gonzalo aceptó la propuesta y le dio doce días de plazo".
El 26 de diciembre de 1541, abordando el bergantín con 57 hombres, el lugarteniente se despidió; ignoraba que para no volver más. Navegando el último tramo del Coca, entró en el Napo empezando enero de 1542. El día 3 desembarcó para saquear un pueblo, que llamaron Aparía, el cual había sido evacuado por sus habitantes. Se discutió entonces sobre la conveniencia y obligación de regresar con los alimentos allí obtenidos. Sólo ocho de los expedicionarios exigieron volver contra la corriente del río; los demás, persuadidos por Orellana, firmaron un documento en contra. Pero, quizás para cubrir apariencias, el lugarteniente acordó esperar a Pizarro en aquella localidad, empleando el tiempo en la construcción de un nuevo bergantín. Gonzalo nunca habló de bajar el río, por lo cual la actitud de Orellana bien podía
considerarse discutible. El 1 de febrero, sin haber construido la nueva nave, los de Orellana se embarcaron en el "San Pedro", avistando tras pasar el Curaray unas aldeas nativas, posiblemente de los Orejones o Huitotos. Y poco después, el domingo 12 de febrero, desembocaron en una gigantesca corriente. Habían llegado al Río Grande, que bautizarían luego como de las Amazonas. Un testigo del trascendental suceso, dejó el siguiente testimonio "se juntaron dos ríos con el río de nuestra navegación, y eran grandes, en especial el que entró a la
mano diestra como veníamos el agua abajo; el cual deshacía y señoreaba todo el otro río, y parecía que le consumía en sí, porque venía tan furioso y con tanta gran avenida, que era cosa de mucha grima y espanto ver tanta palizada de árboles de madera seca como traía, que pusiera grandísimo terror mirarlo desde la tierra, cuanto más andando por él".
Algo más adelante, probablemente en tierra de los Ocaínas, decidieron desembarcar, no siendo hostilizados por los nativos. Allí, el 1 de marzo, Orellana fue investido por su gente como capitán independiente de Gonzalo Pizarro, en un acto de verdadera traición, motivado nada más que por una desmesurada ambición, pues los expedicionarios se creían a las puertas de "El Dorado".
El descanso duró hasta el 24 de abril, construyéndose entonces el nuevo bergantín que bautizaron como "Victoria". Y ya con dos navíos Orellana prosiguió la navegación, por el vasto territorio de los Omaguas, así llamados por los gritos hostiles que proferían saliendo a las playas, oponiéndose al desembarco de los españoles: ¡Omaguá! ¡Omaguá!, debió significar algo así
como: ¡Váyanse de aquí! o ¡Fuera de aquí!. La resistencia nativa fue tenaz, y no sólo combatieron desde tierra, sino que también atacaron los bergantines desde veloces canoas.
El 12 de mayo los de Orellana se atrevieron a desembarcar en un pueblo que llamaron Machifaro, pero no tardaron en ser expulsados, siendo perseguidos por el río durante un buen tiempo: "Cuando los exploradores retornaron lo hicieron heridos de lanzas y flechas, Orellana y los que habían quedado en el pueblo tampoco habían podido descansar. La depresión terminó ganando a todos y, antes de caer el sol, se reembarcaron y partieron río abajo. Lo hicieron esta vez con ayuda de los remos, para escapar más a prisa, pero los Omaguas al ver que se marchaban subieron igualmente a sus grandes piraguas e iniciaron una terca persecución. Esa noche y otros días se luchó con tenacidad mientras se huía [... ] A este tiempo los tambores alertaron a los otros barrios de Machifaro y de todos partían piraguas cargadas de guerreros dispuestos a cortar el paso a los extranjeros. Los bergantines se abrían paso entre los que venían río arriba, pero seguían huyendo de los que remaban río abajo. La persecución, los gritos, los tambores y las flechas no tenían cuando cesar. Menos mal que a estas alturas un español apellidado Celis pudo disparar su arcabuz, cosa antes imposible por estar la pólvora mojada, derribando la pelota de plomo a un caudillo selvícola que venía a pie, a manera de gran jefe, en la proa de la primera piragua. Entonces todas las demás piraguas se detuvieron desconcertadas, lo
que aprovechó Orellana para que sus hombres remaran desesperadamente y así escapar con rapidez. Las embarcaciones eran escenario de una mezcla de sangre, fatiga y miedo. Pronto se acabaron las provisiones y el hambre tornó a dejarse sentir. Optaron por navegar por el centro del Río Grande para evitar nuevos ataques de los aborígenes".
Poco después, los de Orellana perdieron de vista los poblados Omaguas y más adelante debieron ver las aldeas de los Ticunas. El 23 de mayo pasaron delante de la desembocadura del río Purús, al que llamaron Trinidad. Desembarcaron luego en un pueblo donde les sorprendió ver palacetes y vasijas de fina construcción; hallaron además oro y dos ídolos gigantescos de largas orejas.
Creyeron por ello estar cerca de una posesión de influencia cuzqueña, pero seguramente habían entrado en las posesiones de selváticos a lo que más tarde se llamó Orejones.
Continuando la navegación pasaron frente a la desembocadura del río Negro el 3 de junio y una semana más tarde, teniendo a las orillas los asentamientos Muras, interceptaron el Madeira, entrando en la región de los Brasiles.
Desembarcaron en algunos puntos para abastecerse de alimentos, y en uno de ellos cogieron prisionero a un nativo que les habló del reino de las mujeres guerreras, existente en esos contornos. Dice la crónica que el 24 de junio, estando los españoles en la playa, fueron atacados por selváticos comandados por una docena de mujeres guerreras. Sorprendidos, los expedicionarios lograron escapar de aquel paraje, en el convencimiento de que realmente existía
el reino de las Amazonas, nombre que extendieron al caudaloso río que navegaban.
Recién el 26 de agosto alcanzarían los de Orellana el océano, conocido entonces como Mar del Norte. Pasaron entonces a Cubagua y Santo Domingo, embarcándose para España a finales de 1542. Dos años más tarde, pese a las denuncias sobre su traición, Orellana logró de la corona una capitulación para conquistar la Nueva Andalucía, nombre que se dio a la región amazónica
descubierta. El 10 de mayo de 1545, contra el parecer de los Oficiales de la Casa de la Contratación, y sin tener las cosas en orden, Orellana partió de San Lúcar de Barrameda a su ansiada gobernación. No llegaría a gozarla, pues la muerte le sorprendió a poco de llegado, en noviembre de 1546. Su tropa no se atrevió a entrar en el Amazonas sin jefe, y abandonando la empresa, llegó a la Isla de la Margarita en diciembre del mismo año.
Para esa época era ya Gobernador del Perú Gonzalo Pizarro, a quien en nuestro relato dejáramos abandonado por Orellana a orillas del Coca. Tras una vana espera de varios meses, no tuvo otro remedio que iniciar un penoso retorno, buscando rutas al azar en pos de Quito, donde ya se le daba por muerto a causa del mucho tiempo que había transcurrido desde su partida.
El retorno fue a todas luces dantesco: Caminaron cuatrocientas leguas. Tuvieron grandes trabajos, con las continuas lluvias. No hallaron sal en la mayoría de tierras que anduvieron. No volvieron cien españoles de doscientos y pico que fueron. No volvió indio alguno de cuantos llevaron, ni caballo, que todos se los comieron, y aun estuvieron por comerse a los españoles que se morían.
Cuando llegaron a donde habían españoles, besaban la tierra. Entraron en Quito desnudos y llagadas las espaldas y pies, para que viesen como venían. Ese tormento acabó en junio de 1542.
Pero al mismo tiempo, Gonzalo recibió ingratas noticias: su hermano Francisco había sido ultimado y Cristóbal Vaca de Castro, gobernador nombrado por el rey, que venía a combatir contra el alzado Diego de Almagro El Mozo, le desconocía autoridad en Quito. Decidió entonces marchar a Lima seguido de varios de losque llevara en la desastrada "entrada al Amazonas", entre ellos al fiel José de Acosta y otros radicales, que por entonces le propusieron alzarse como nuevo rey del Perú.
Fuentes básicas:
Acuña, Cristóbal. Nuevo descubrimiento del Gran Río de las Amazonas. Imprenta del Reino.
Madrid, 1641.
Cieza de León, Pedro de: "Guerra de Chupas". Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima,
1994.
Carvajal, Gaspar de. Relación del descubrimiento del Río de las Amazonas, México, 1955.
Gómara, Francisco López de. Historia General de las Indias, Buenos Aires, 1948.
Zárate, Agustín de. Historia del descubrimiento y conquista del Perú. Editores Técnicos
Asociados, Lima, 1968.
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