sábado, 19 de marzo de 2011
Precursor de Precursores Juan Santos, gran caudillo selvático
Héctor Guzmán
También sabemos, por descripciones de quienes lo vieron en su esplendor, que era mestizo de regular talla y buenas facciones. Vestía chusma. Habría ido educado por un jesuita, quien lo llevó a Europa y también al Africa, donde la Compañía regentaba un gran Colegio en Angola. Sabía el caudillo latín, campa o asháninka, y desde luego quechua, además de castellano. Cobró una descomunal fuerza social, entrelazando diversas tribus, hasta el Gran Pajonal y las Pampas del Sacramento, mediante la lucha contra la opresión colonial, en un medio donde las selvas libres habían sido convertidas en latifundios mediante la agresión y el despojo realizados por grandes señores criollos andinos.
¿Por qué cobró tanta fortaleza? Gracias a su lucha por la justicia. Porque aplicó los evangelios de la religión católica y otros cultos de la región, mezclados con la magia. Su movimiento ha sido definido como mesiánico. Y nada de lo dicho debe extrañar, pues nuestro país constituye una heterogénea colectividad, a horcajadas entre el Occidente y el Perú Profundo desde 1532.
Sin duda, Juan Santos sentíase un iluminado, un ser llamado a realizar la voluntad de Dios,
venido a instaurar la justicia entre los indios selváticos que tanto habían padecido en el área. Un poco al estilo de las Misiones Jesuitas del Paraguay y de otros lados de América, y otro tanto como restauración del Incazgo, en la línea que Gracilazo había presentado aquel período prehispánico.
La guerra
Juan Santos tendría que enfrentar a dos Generales y cinco expediciones virreinales remitidas desde Lima. El río Chanchamayo y el fuerte de Quimiri (hoy La Merced) fueron escenarios principales de aquellas luchas que finalizaron siempre en derrotas para los virreinales. En los combates destacarían los nativos Simirinches, que no son otros que los Piros de hoy, sólo que eran mucho más numerosos y lucían como los mejores canoeros y llegaban muy lejos. Competían con los Asháninkas (Campas) en coraje, utilizando ambo certeramente sus fechas contra los cañones. También militaron en aquellas jornadas negros liberados por el movimiento y grupos de siervos quechuas de las serranías, que habían sido llevados a la comarca por los patrones. Pero el Apu siempre quiso subir a las sierras, y hasta ahora son una incógnita los enlaces que poseía en Guamanga, y pocos datos tenemos sobre la expedición virreinal que salió de Huanta; aguardamos una publicación de Lorenzo Huertas sobre estas materias. La versión dominante es la de el caudillo, precisamente, llegó a la selva descendiendo por el río Apurímac.
En este mismo plano deben colocarse las conjuras de Huarochirí, por ese mismo tiempo, donde “lo llamaron”, y la conspiración en Lima, ligada a la anterior. Todo concatenado sin duda en la ocupación de la comarca serrana de Andamarca y los preparativos en Canta para recibir al misterioso Apu de las selvas, cuyos hechos valían más que sus títulos. En otras palabras, Juan Santos tenía en realidad un “proyecto nacional”. Varios de sus seguidores fueron ejecutados en Lima en medio de la indiferencia general. Se explica el hecho porque esta capital constituía un verdadero enclave hipano- africano (una mitad de limeños era de negros, mulatos y zambos,
urbanos además, no rurales como los negros que apoyaban al caudillo de las selvas).
La lista de los encuentros bélicos, finalmente, es larga; éstos poseen nombres exóticos de nuestra Amazonía.
Cambios sociales
Entre las inquietudes que deja nuestro personaje está el origen de sus pensamientos sociales, que preceden a las ideas tupacamaristas. Atrae asimismo el sutil uso de la magia para consolidar la sublevación, y la utilización oportuna de todos los medios a su alcance en vastas comarcas de la ceja de selva y algunas alturas andinas. Llama la atención su pamperuanismo, la aceptación en sus filas de todos los nacidos en el Perú, sin diferencias raciales. También resulta cautivante una habilidad guerrillear que se siguió por el paisaje selvático y sus hombres. Por último cabría remarcar que rompió tajantemente con el Rey de España y trazó avanzadas concepciones sobre la esclavitud y los obrajes, restituyendo además las tierras a los chuncos.
También es posible poner en tela de juicio si resulta procedente continuar hablando de rebelión de Juan Santos. Todos hemos repetido la opinión virreynal, pero los hechos desbordan los marcos de una simple sublevación: a lo que parece formó un reino propio, secundado por numerosos campas asháninkas y por decenas de miles de otros vasallos, sobre una extensión territorial comparable a más de la mitad de España. En todo caso, el levantamiento de 1742 alcanzó con rapidez una estabilización casi absoluta, abarcando buena porción humana y geográfica del Virreinaro; reino independiente que sólo acabaría con la enigmática muerte de su creador. Por eso fue llamado Juan Santos el Invencible por el polígrafo Francisco Loayza (1942), quien introdujo al personaje en la Historia del Perú. Y no dejó Juan Santos sucesor
indiscutido porque practicaba la castidad, aun cuando toleró la poligamia entre varios seguidores.
Juan Santos se apoyó en los Asháninkas (campas) fundamentalmente, como lo remarcó Mario Castro Arenas; pero éstos le consiguieron nuevos aliados. Al fin y al cabo, él mismo probablemente habría descendido por el río Apurímac, poblado de gente de esta nación, aun hoy, en todo su extenso tramo selvático. Dicen que lo hizo en compañía de un brujo o shamán. En todo caso, ese pueblo, muy cazador y guerrero, le proporcionó una excelente base humana de acción, pues contaban con experiencia. Eran “chunchos” en el más elevado sentido histórico de la palabra, esto es, como hemos dicho, indios belicosos, altivos. Se habían sublevado esos Asháninkas en tres ocasiones, antes del arribo de Juan Santos: en 1642, en 1671 y en 1691.
Pero Juan Santos, precursor de precursores, con todas sus hazañas y postulados, carece de
monumento en el Perú. Lo hemos buscado incesantemente en las grandes ciudades de nuestra selva y en muchos de los pequeños pueblos en que hemos estado, navegando el Marañón, el Huallaga y el Ucayali. Resultaba inútil buscarlo en Lima, donde más bien sobran tantos monumentos y bustos. Aunque Roger Rumrrill nos ha informado hace poco que en estos días el alcalde de Atalaya Luis Villacorta inaugurará uno en aquella remota población de nuestras junglas. Pero ¿por qué el desdén general del país? Sospechamos que las causas sean las mismas existentes contra Túpac Amaru, hasta que el General Presidente Juan Velasco Alvarado salió al frente de aquella negación de la peruanidad integral.
Juan Santos, si llegó a las selvas misteriosamente, se fue en forma legendaria. Decían las antiguas tradiciones campas que subió a los cielos entre fuego y humo. Así decían. Pero es un hecho que este caudillo, por etapas, estremeció a la Corte de Lima e hizo retroceder las fronteras orientales del Virreinato.
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