Héctor Guzmán Palomino
Poco se sabe respecto del viaje que llevó a Juan Santos Atahuallpa hacia tierras europeas, principalmente a Francia e Inglaterra. Se especula sobre un encuentro con la logia masónica de Londres pero lamentablemente no existen documentos que puedan probarlo. Por entonces el imperialismo español, todavía la potencia más poderosa del orbe, afrontaba la llamada Guerra de Ochenta Años (1568- 1748), con las Provincias Unidas de los Países Bajos buscando su independencia. A la par, competía con su vieja rival, Inglaterra, que buscaba debilitar al imperio español atacándolo en sus lejanas colonias, tratando a la vez de abrir rutas comerciales con América.
Aprovechando del tratado de Utrecht por el que España concedía a Inglaterra el envío de un barco por año a las colonias, con fines comerciales, los ingleses se dedicaron a contrabandear colaborando con piratas de Jamaica, entre otros. Esta disputa ultramarina entre las potencias no pasó desapercibida para Juan Santos Atahuallpa; antes más bien, debió aprovechar su estancia en Europa para tomar contacto con algunos ingleses, hablando de sus proyectos de alzarse contra el dominio colonial en el Perú. Parece que estas conversaciones se hicieron a un alto nivel, pues tiempo después el caudillo revolucionario, ya en pie de lucha en la selva central, anunciaría que estaba a la espera del apoyo que le habrían prometido los ingleses.
Por ese tiempo, las dos principales potencias libraban la llamada Guerra de la Oreja de Jenkins o, como la conocían los españoles, la Guerra del Asiento (1739-1748). “El Asiento” no era otra cosa que el monopolio ganado por los ingleses para introducir esclavos negros en América. España no practicaba la Trata de Negros, es decir, la captura, transporte y reventa de esclavos, pero si compraba los esclavos a los negreros. El Asiento para las colonias españolas fue concedido a Inglaterra luego del Tratado de Utrecht, por una duración de 36 años pero solamente un barco, como decíamos antes, era autorizado a librar su “mercadería” y las necesidades de las colonias no podían ser satisfechas. Además la alta sociedad criolla se mostraba ávida de adquirir los productos manufacturados británicos, fruto de la revolución industrial emergente. Todo ello incitaba al contrabando, que se realizaba principalmente en los mares de Jamaica.
La reacción española fue ordenar a todas las embarcaciones hispanas, incluso las privadas, que controlasen las actividades de los barcos mercantes ingleses, confiscando sus bienes en caso de encontrarlos culpables del tráfico ilegal, amén de poder adoptar otras medidas incluso más severas. Este “Derecho de Visita”, acordado por el Tratado de Sevilla de 1729, reavivó los viejos antagonismos entre ingleses y españoles. En 1731 el navío inglés de nombre “Rebecca” fue capturado en aguas españolas; y el capitán Julio León Fandino cortó la oreja del capitán inglés Robert Jenkins, diciéndole: “Llévala a tu rey y dile que le haré la misma cosa si lo veo por aquí”.
El probable encuentro entre Juan Santos y los ingleses debió ocurrir antes de 1740, año en que el Comodoro o Vicealmirante Georges Anson recibió del rey Georges II el comando de una escuadra para la defensa de sus colonias americanas y para resguardar los intereses de sus connacionales en las aguas del Pacífico. Anson había nacido el 23 de abril de 1697 en el seno de una familia acomodada, habiendo sido su madre cuñada de Thomas Parker, Lord Chancellier entre 1717 y 1724. A la edad de 15 años se enroló en la marina y a los 20 años, como teniente a bordo del HMS Montague, le cupo destacada actuación en la batalla naval contra la escuadra española de Don Antonio Castanita. A los 25 años fue nombrado Capitán de Fragata, sirviendo primero en el Mar del Norte y luego en tierras americanas protegiendo a las colonias británicas. De regreso a Inglaterra en 1730 pasó a comandar el Squirrel; en 1734 estuvo una vez más en América, pero debió regresar a Inglaterra al estallar la Guerra de la Oreja de Jenkins. En 1739 navegó en aguas africanas y en 1740, como reseñamos, obtuvo el mando de una escuadra de siete navíos para actuar en América. La expedición duraría 3 años y 9 meses, con un desfavorable saldo en pérdidas humanas: de los 2,000 hombres embarcados en Inglaterra solo regresaron 188. Pero fue un éxito en lo económico pues Anson llevó consigo un botín de 400,000 libras tomadas del galeón español de Manila que abordó en alta mar. De modo que aunque conservaba solo el navío Centurion, tuvo un recibimiento triunfal en Inglaterra el 15 de junio de 1744.
A punto de estallar la revolución de Juan Santos Atahuallpa, Anson había tenido ya grandes pérdidas, pues en setiembre de 1741 solo contaba con 335 hombres. Al capturar el navío español Nuestra Señora del Monte Carmelo, halló que su cargamento carecía de interés, pero por personajes que capturó obtuvo un crecido rescate. En esa nave encontró valiosos documentos referidos a la guerra hispano-inglesa: el sitio de Cartagena de Indias y los intentos británicos por desembarcar en Cuba habían fracasado. Supo asimismo que una escuadra española que había salido en su persecución, había sufrido, como la suya, muchas pérdidas en barcos y en hombres. El almirante Pizarro, que la conducía, no era de temer en esos momentos, ya que se retiraba hacia Buenos Aires desde donde mandó correos a Lima sugiriendo al virrey poner en alerta a todos los puertos de América Central y del Sur.
Fue así que cuatro navíos zarparon de El Callao con orden de interceptar a Anson. Otros tres navíos salieron de Concepción y un cuarto puso proa en las islas de Juan Fernández. Un error en las cartas de navegación de los navíos españoles impidió que cogieran al Centurion que conducía Anson, a quien creyeron perdido en Cabo de Hornos pues no aparecía en ningún punto de acuerdo a las lógicas cartográficas. Por entonces, con el Centurion, el Ensayo y el Carmelo, que había tomado de los españoles, Anson se situaba en emboscada frente a Valparaíso mientras que otro navío inglés, el Gloucester, se ponía en observación frente a Paita, en el norte del Perú, aunque bien mar adentro para no ser avistado. El Ensayo, minúsculo navío, logró la captura de un barco español tres veces mayor grande que él; este barco, llamado Arranzazu, pasaría entonces a llamarse El Capturado del Ensayo, a cuyo bordo se trasladaron los cañones del minúsculo vencedor.
El 7 de noviembre de aquel año 1741, el Centurion se situó frente al Callao; el 11, un poco más al norte, capturó al Nuestra Señora del Carmen, uno de cuyos marineros le reveló que un barco de pescadores había visto al Gloucester frente a Paita. Visto el peligro que se cernía sobre el Gloucester, decidió Anson atacar Paita, más a su alcance que el fortificado puerto del Callao. Los navíos quedaron en alta mar y unas chalupas desembarcaron de noche a 60 británicos, comandados por el teniente Peircy Brett, levantando tal bullicio que los aterrorizados pobladores huyeron de la ciudad, que fue tomada casi sin que se disparase un tiro. Solo un muerto tuvieron los ingleses, que en tres días saquearon la ciudad a su antojo, llevándose lo existente en la aduana y las iglesias; además de llevarse todo el “metálico” que encontraron, subieron también a bordo un buen número de animales, después de lo cual Anson ordenó incendiar la ciudad ya que sus vecinos españoles no pagaron lo que se les exigió para salvarla. Solo dos iglesias salvarían del incendio. Anson puso luego en libertad a los 88 españoles que había capturado en el Nuestra Señora del Carmen, entre quienes hubo tres damas servidas por esclavos negros. Con ellas fue muy cordial el comodoro, por lo que los españoles liberados dijeron que Anson más que un bucanero era todo un gentleman. El teniente Brett, que manejaba tanto la espada como el pincel, dejó un dibujo de Paita en llamas.
En los seis meses Anson continuó sus correrías atacando diferentes puertos en las costas peruanas. Todo indica que esperaba ver al Perú sublevado, pero como no ocurriese ello en el tiempo por él previsto, dejó nuestras costas navegando rumbo al Asia. Ello ocurrió en mayo de 1742, por ironía solo unos días antes de que llegaran a Lima las primeras noticias sobre el levantamiento de Juan Santos Atahuallpa. ¿Ironía del destino? ¿Qué hubiese sucedido de tenido Anson esta información? Porque Lima también se sublevaría, lamentando Juan Santos Atahuallpa que sus “amigos ingleses” no estuvieran ya para apoyarlo.
Juan Santos desapareció misteriosamente por 1756. Nunca se halló su tumba, que de seguro cuidaron de esconderla muy en secreto sus más fervientes partidarios, para crear el mito del caudillo inmortal que ha de volver algún día. Georges Anson, que pudo haber sido su aliado, murió a los 65 años en Inglaterra, dejando un Diario de su viaje alrededor del mundo entre los años 1740 y 1744, que en 1748 fue publicado en Londres por Richard Walter, quien fuera partícipe de esa expedición.
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