sábado, 19 de marzo de 2011

LA REVOLUCIÓN DE JUAN SANTOS ATAHUALLPA


Pintura que se conserva en el convento franciscano de Ocopa, tal vez la imagen más fidedigna existente sobre el hecho histórico aquí descrito.


Héctor Guzmán Palomino

La lucha libertaria de Juan Santos Atahuallpa no puede resumirse a una rebelión y debe ser considerada como una revolución pues los sucesos nos la presentan tal cual. La conquista del poder fue una aspiración permanente de este caudillo que vivió y se alimentó de la cultura del invasor por lo que entendió la necesidad de cambiar el orden social instaurado. El caudillo supo aprovechar los medios naturales para crear las condiciones materiales que alimentaron las premisas revolucionarias y también supo utilizar las contradicciones de dominación para incorporar diversas naciones a un solo programa. La correcta correspondencia entre las condiciones objetivas y subjetivas hizo posible la Gran Revolución de Juan Santos Atahuallpa.

Se dice que Juan Santos, no sabemos si cusqueño, ayacuchano o cajamarquino, acaso nieto de Atahuallpa, fue un indio quechua de buena instrucción occidental, ya que fue “educado” por los jesuitas en Cusco. Se afirma también que fue capaz de hablar el español, inglés, latín y quechua, antes de manejar todas las lenguas aborígenes de la selva central, que iba a ser escenario de su lucha.

Viajó Juan Santos bastante lejos, llegando incluso hasta tierras africanas. Se dice que estuvo en Londres donde pudo haber tomado contacto con la logia masónica que, según algunos de sus biógrafos, prometió apoyarlo en la gesta libertaria que preparó con años de antelación.

Hay quienes sostienen que Juan Santos, a su regreso de Europa, perpetró un crimen que lo obligó a desligarse de los jesuitas con quienes vivía en la ciudad de Guamanga, para buscar refugio en la selva central. Pero ésta es una hipótesis poco convincente. Decir que Juan Santos fue un buen cristiano porque leía a diario la Biblia o porque llevaba una gran cruz al pecho es dotar al caudillo de un simplismo que no le fue propia. Repárese en los dos tipos de entradas que se dieron en territorio amazónico: unas fueron para evangelizar, sobre todo las de los valerosos misioneros de la orden mendicante de los franciscanos, a quienes podemos reprochar el error de querer imponer casi fanáticamente su religión, mas no la autenticidad de su fe (qué diferencia con los jesuitas, por ejemplo). Las otras fueron las entradas militares, destinadas simplemente al robo y el saqueo, con la infaltable carga de genocidio, sobre todo al buscarse los míticos reinos de El Dorado, El Paititi y el Enin, donde se creyó posible hallar oro en abundancia. Juan Santos, podremos decir, fue consciente de todo ello y solo así puede entenderse su religiosidad.

Desde fines del siglo XVI los dominicos, franciscanos y jesuitas buscaron implantar su dominio espiritual en la Amazonía; y para ello crearon las misiones o reducciones donde pensaban concentrar a las poblaciones indias, como habían hecho los encomenderos en otras regiones. La tarea no fue fácil, pues los pueblos amazónicos defendieron en todo momento su identidad, su modo de vida y su territorio ancestral, amparados en su moral y mística propia. De otra parte las expediciones militares para encontrar el Dorado, el Paititi y el Enim encontraron o provocaron la resistencia armada.

En el siglo XVIII, cuando se descubre el Gran Pajonal y la importancia del Cerro de la Sal, los invasores comprenden que su conquista ha de suponer el sometimiento de las poblaciones nativas. Los franciscanos arrecian entonces en su afán “evangelizador”, y hacen de la localidad de Ocopa el centro de las misiones; en lugares estratégicos fundan así numerosos pueblos, que ponen bajo la advocación de santos cristianos, anunciando en sus cartas y crónicas la conversión de miles de “infieles”, a los que se “bautizan” en la fe cristiana, no importándoles si ésta es o no conocida en verdad por sus nuevos adeptos.

El hecho de conocer profundamente la religión cristiana y los maquiavélicos manejos de los jesuitas, le dio a Juan Santos la experiencia necesaria para lograr que precisamente esos nuevos “cristianos” se incorporasen a la revolución. Cuentan que se anunció como “el enviado de Dios” para lograr la liberación de sus hermanos, con lo cual simplemente utilizó inteligentemente el mecanismo de propaganda mediante el cual los sacerdotes cristianos habían “convertido” a los nativos. Sin entender bien este entramado, algunos han considerado a Juan Santos un “iluminado” e incluso le han adjudicado el fanatismo de los primeros cristianos. A nosotros nos parece que fue todo lo contrario, pues “el enviado de Dios”, al emprender su gesta libertaria, no dudó en arrasar con las misiones, incluidas las iglesias, expulsando de toda la selva central a todos los sacerdotes cristianos, considerándolos entre los enemigos de guerra.

Las penosas condiciones de vida impuestas a las poblaciones nativas, reducidas a la esclavitud y desposeídas de sus tierras, a las cuales se pretendió destruir culturalmente, crearon las condiciones objetivas para la revolución; estas fueron circunstancias tangibles que suscitaron el rechazo a la dominación, dando cauce a la revuelta. El mérito mayor de Juan Santos Atahuallpa fue el de haber forjado la unidad política entre todas las naciones de la selva central, proyectando una lucha común con los pueblos de las serranías, ideal este último que desgraciadamente no pudo concretarse. Además, logró forjar entre sus miles de seguidores una consciencia política de clase, considerando también entre los oprimidos a los negros esclavos que trabajaban en las misiones, algunos de los cuales se adhirieron a su causa, entre ellos Antonio Gatica.

La unidad política, la consciencia de clase y el proyecto de acabar con la dominación extranjera (los franciscanos, en una última entrevista que sostuvieron con el caudillo, antes de retirarse de las misiones, lo escucharon anunciar: “a los españoles se les acabó su tiempo”), ese ideal de expulsar definitivamente a los invasores de nuestras tierras y opresores de nuestros pueblos, dieron aliento a la más grande lucha revolucionaria gestada en la Amazonía.

Juan Santos Atahuallpa nunca fue derrotado, antes bien logró sucesivas victorias sobre las tropas virreinales que movilizadas desde varios frentes intentaron vanamente doblegarlo. Durante catorce años, de 1742 a 1756, hizo de la vasta selva central un territorio liberado, desapareciendo en circunstancias hasta hoy no develadas.

El mito lo hizo inmortal para varias de las naciones amazónicas, que habiendo sobrevivido con grandes pérdidas a las tragedias de la colonia y la república, aguardan aún a Juan Santos Atahuallpa como el Apu Inca que algún día volverá para liberar a su pueblo.

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