sábado, 19 de marzo de 2011

LAS PRIMERAS ENTRADAS ESPAÑOLAS A LA SELVA CENTRAL DEL PERÚ


Luis Guzmán Palomino

La caída del imperio de los Incas trajo por correlato una peligrosa amenaza para todos los pueblos de la Amazonía, pues tras dominar la costa marítima y la sierra andina los españoles
iniciaron sus famosas entradas, como dio en llamarse a las expediciones que desde diversos puntos partieron hacia el oriente. No lo sabían los grupos étnicos que allí habitaban, pero desde 1533 habían pasado a conformar el vastísimo país que a partir de entonces se llamó Perú; y por el solo hecho de desconocer el cristianismo se las calificó de infieles, lo que dio a los españoles justificación o más bien pretexto para pretender sojuzgarlas.
Pero muy contados éxitos tuvieron las entradas del siglo XVI, pues ni se encontraron los reinos fabulosos ni fue fácil doblegar la resistencia que presentaron los nativos impidiendo a los invasores asentarse en sus ancestrales territorios. Se fundaron, sí, algunas ciudades españolas en las fronteras, pero varias de ellas fueron de efímera duración. De manera tal que las entradas de tipo netamente militar fueron paulatinamente disminuyendo, hasta que prácticamente cesaron. A los conquistadores españoles les fue preferible obtener sus encomiendas o feudos en la costa y en la sierra, y hasta en las zonas de ceja de montaña, visto que no ofrecían las múltiples dificultades de la selva interior.
Fue entonces que surgió otro tipo de entradas, que por el hecho de haber tenido a religiosos como sus principales protagonistas, indebidamente han sido calificadas de pacíficas. En honor a la verdad debe decirse que las entradas de los religiosos tuvieron tanta violencia como las de los civiles; y en ningún caso el apoyo militar fue desdeñado, ocurriendo más bien todo lo contrario.
Diversas congregaciones religiosas -dominicos, mercedarios, agustinos, jesuitas y franciscanos- se disputaron la conquista de la selva, logrando preeminencia desde el siglo XVII las dos últimas de las citadas.
A decir de un destacado historiador franciscano moderno, el afán de logros materiales sobrepujó a los espirituales en esas entradas de nuevo tipo: “fueron especialmente los frailes y clérigos los que exploraron la selva, sin duda seducidos en parte por los mitos del reino del Paytiti y las
glorias del rey Enim, y en parte también por el verdadero afán de salvar almas, así como por la simple curiosidad de lo que encontrarían allí” (Tibesar, 1981: 14). Existen testimonios de los propios misioneros corroborando este aserto.
La región que se conoce como selva central del Perú abarca el vasto territorio que va desde Cajamarquilla (al sur de Chachapoyas) y San Miguel de los Conibos por el norte, hasta la montaña de Huanta por el sur. Allí se dieron las entradas de los franciscanos, principalmente,
siguiendo los cursos de los ríos Huallaga, Ucayali, Pachitea, Pangoa, Apurímac, Mantaro, Chanchamayo, Perené, Ene, Tambo, Parobeni y sus numerosos afluentes, en cuyas márgenes o cercanías habitaban -y continúan habitando en parte- naciones aborígenes como las de los
Yanesha's, Amueshas o Amages; Ashánincas o Campas; Piros o Siriminches; Callisecas o Schipibos; Seeptsá o Cholones; Hibitos; Settebos; Conibos y Cashibos, naciones que en su mayoría, tras un recibimiento pacífico inicial, emprendieron tenaz lucha por impedir el asentamiento de la dominación extranjera, logrando para finales del siglo XVII la expulsión de todos los españoles que se adentraron en ese territorio, anticipo del magno logro libertario que promediando el siguiente siglo alcanzaría Juan Santos Atahuallpa.

ENTRADA A TIERRA DE CHUPACHOS, CHUSCOS Y PANATAHUAS

Inmediatamente después de su triunfo en la llamada Guerra de las Salinas, Francisco Pizarro alentó la partida de varias expediciones a la región oriental. El motivo principal fue deshacerse de la numerosa soldadesca que lo había acompañado en la lucha contra Diego de Almagro, a cuya mayoría no pudo beneficiar con repartimientos en el país ya conquistado.
En la “entrada” a la tierra de los Chupachos que se concedió al capitán Alonso de Mercadillo existió además otra causa, cual fue la lucha contra las guerrillas incaicas que acaudilladas por Illa Túpac amenazaban los asentamientos españoles de la sierra central. Refiere el cronista Antonio de Herrera que en este tiempo se “halló alzada la provincia con la de Bombón y Tarama y los Atavillos, porque Illa Topa, con mucho de número de bárbaros, andaba hecho tirano, arruinando los pueblos y levantando a otros para que no obedeciesen a los españoles “.
Para el centenar de españoles que en el Cuzco se alistaron a las órdenes de Mercadillo, el objetivo era descubrir, conquistar y poblar en las montañas de Huánuco, donde se señalaba existente un señorío presuntamente rico, el de los Iscaissenccas. Así, tomando el camino incaico, la hueste española emprendió la jornada, para estacionarse en Jauja donde por entonces descansaba Francisco Pizarro.
El 28 de junio de 1538, un documento expedido en esa ciudad confirmó la entrada a los Guancachupachos, señalando sus límites para no chocar con la concedida al capitán Alonso de Alvarado en la tierra de los Chachapoyas.
A fin de procurarse refuerzos, Mercadillo envió a Lima al capitán Lope Martín, a la vez que empezó a reclutar “gente de servicio” en la tierra de los huancas. A decir del historiador José Antonio del Busto, se tomaron entonces, por la fuerza, 315 hombres y 64 mujeres.
Mientras esperaba los refuerzos de Lima, Mercadillo llevó a cabo expediciones punitivas al interior de Jauja, cruentas campañas en tierra de los Chupachos, que se prolongaron más de medio año, hasta los primeros meses de 1539, cometiendo un sinnúmero de excesos.
Así lo denunció el tesorero Alonso Riquelme en la sesión del cabildo de Lima efectuada el 7 de enero de 1539: “dijo que aun ha seis días que me han venido ciertos indios de la provincia de Tarma, los cuales, además de otras informaciones y avisos que he tenido, me han informado y dicho cómo el capitán Mercadillo ha más de siete meses que está en los Chupachos, que es linde de los indios que Su Majestad tiene en encomienda, con más de ciento cincuenta españoles, comiéndoles el maíz y ovejas que tienen y rancheándoles todo el oro y plata que tienen y
tomándoles sus mujeres y asimismo teniendo muchos indios en cadenas haciéndoles esclavos... [y] tienen muchos indios cortados los cabellos y otros en cadenas”.
Riquelme protestaba no como defensor de la población indígena, sino más bien preocupado porque acciones de tal índole provocaban respuestas igualmente violentas en zonas próximas, como Conchucos, donde debió marchar en campaña punitiva el capitán Francisco de Chávez, otro asistente a la citada reunión del Cabildo limeño.
Empezando 1539 medio centenar de españoles subieron de Lima con Lope Martín para reunirse a la hueste de Mercadillo; entre ellos había herreros y carpinteros “de ribera”, a los que se contrató sabiendo que habrían de cruzar muchos ríos. Ya con 185 soldados de a pie y a caballo, sin contar siervos nativos y esclavos negros, Mercadillo “partió por el río de los Chupachos abajo, llevando a Hernando Gascón por su maestre de campo”.
En el trayecto, los españoles saquearon la huaca Guanacuari, al parecer en tierra de los Queros, donde hallaron “oro y plata enterrado del tiempo de los Incas”. Y luego, una vez más, “el dicho Mercadillo estuvo en esta provincia de los Chupachos haciendo muy malos tratamientos y robos y muertes a los naturales”.
Según varios testimonios españoles, Mercadillo torturó nativos en el afán de que indicaran el paradero de presuntas riquezas. Se lee en una denuncia que “trajeron al cacique Guanca donde estaba el capitán Mercadillo y le asaron los pies dándole tormentos; y después el dicho
Mercadillo lo entregó al cacique Eneleyana; y el dicho Eneleyana le mató”.
Sin hallar el oro y plata que afanosamente buscaban, los españoles prosiguieron hasta llegar a las cabeceras del río Huallaga. Estando por esos contornos, fueron varios los que recomendaron a Mercadillo no entrar por la margen izquierda, pues podía toparse con la gente de
Alonso de Alvarado y surgir disputas inconvenientes.
Pese a tal advertencia, Mercadillo se empeñó en hacerlo y dejando atrás Huánuco, tomó “la parte de oriente por altísimas sierras y tan dificultosos caminos, que casi se despeñaron todos los caballos, y con estos trabajos y la gente descontenta por la mala disciplina de su capitán, llegaron a la provincia de Mama, de gente guerrera”.
Allí encontraron buena provisión de abastecimientos, que tomaron por la fuerza, descansando mes y medio. No es fácil fijar la posición de la provincia de Mama que la crónica refiere, pero tal vez fue Chinchao, en tierra de los Chuscos, donde arreció la resistencia nativa, efectuándose
crueles castigos. Dice la crónica que fue allí donde se “quemó a un principal que se llamaba Paicabay”.
Mercadillo ordenó luego la reanudación de la marcha y sus hombres entraron “por asperísimas tierras (y) por despoblados, pasando, con los trabajos acostumbrados, muchos ríos y ciénagas, sin comida ni consolación alguna, y la gente murmurando y con notable disgusto”.
Los mencionados ríos fueron posiblemente los de Chinchao, Cayumba, Rondos o Monzón y si hallaron despoblados fue porque se apartaron de la tierra poblada por los Panatahuas, a orillas del Huallaga. Mercadillo trataba de calmar a su gente recordándoles que el fin de la travesía sería el hallazgo de la tierra de los Iscaissenccas, pero andaba en realidad perdido. Como persistiera en la entrada, que ya resultaba penosa, estalló entre sus hombres el motín, encabezado por el maese de campo Gascón y los capitanes Martín, Santillana, Cáceres y Villegas,
quienes lograron que la totalidad de soldados suscribiera un memorial exigiendo el regreso.
Y como Mercadillo se obstinara aún en proseguir la entrada, tuvo que ser encadenado, emprendiéndose a continuación el retorno a Jauja, desde donde el testarudo capitán fue enviado a Lima para ser juzgado por las autoridades.
Al cabo, en esta entrada no se encontró riquezas, ni se efectuó fundación alguna; además, murió casi toda la gente de servicio, amén de numerosos nativos abatidos en la defensa de sus territorios. Pero los españoles mostraron como saldo positivo el haber descubierto el Alto Huallaga, ruta que poco después seguiría el veterano capitán Gómez de Alvarado para fundar sobre las ruinas de Huánuco Viejo la ciudad de León de los Caballeros, el 15 de agosto de 1539.

LAS PRIMERAS ENTRADAS DE RELIGIOSOS

Años más tarde, en 1557, Gómez Arias Dávila hizo una entrada a Rupa- Rupa, al interior de Huánuco, siendo partícipe de su expedición el religioso Antonio Jurado, que algún tiempo antes visitara la tierra de los Chupachos.
La selva al interior de Jauja también fue tímidamente explorada, mencionándose los afanes del franciscano Juan Ramírez en 1560. Dos décadas después religiosos de la misma orden incursionaron algo más allá de Andamarca.
Y desde Tarma, hacia Chanchamayo, las primeras entradas fueron obra de los dominicos, desde 1597, estableciéndose en 1605 la primera reducción con indios de frontera, que devinieron siervos de una hacienda allí establecida para beneficio del colegio limeño de Santo Tomás. Algún
tiempo más tarde había haciendas a ambas veras del río Chanchamayo, entre ellas Oczabamba, en las cercanías de lo que tiempo más tarde los franciscanos llamarían las misiones del Cerro de la Sal.
Al sur de Chanchamayo y en la ruta a Andamarca, los dominicos establecieron reducciones en Collac, Vitoc, Pucara, Monobamba, Sayria, Sibis y Chanasapampa, desapareciendo pronto las tres últimas en tanto que las cuatro primeras al hacerse estables sirvieron años después como bases de apoyo para las reducciones del interior que los frailes seráficos denominaron las conversiones de Jauja.
Los dominicos fueron los que enviaron a Lima una comitiva conformada por cinco Campas, a fin de que aprobando ellos lo actuado por los religiosos, consintiese el virrey en otorgar mayor apoyo a las misiones.
No cabe duda que estuvieron adecuadamente instruidos los nativos que ante el marqués de Cañete demandaron la presencia de más frailes en la montaña de Jauja.
Al cabo, el virrey se mostró convencido, pero no para favorecer a los dominicos, sino para conceder esa entrada a los jesuitas. ¿Qué otra cosa podía esperarse si el hermano del virrey había llegado de Roma para ser rector de la Compañía de Jesús en Lima? Y hacia Jauja
partieron los jesuitas Juan Font y Nicolás Mastrilli, quienes tomando como base de operaciones la reducción franciscana de Andamarca, penetraron en territorio de los Ashánincas el 29 de octubre de 1595.
Algunos meses duró su desafortunada aventura, después de lo cual Font intentó otra por la montaña de Huanta, mostrándose al cabo sumamente desanimado, al punto que en 1602 recomendaba a sus superiores desechar el proyecto de conquistar la selva central, pues a su entender se trataba de una región escasamente poblada y de mucho peligro para los misioneros.
Font ha sido criticado por haber emitido tales conclusiones; pero en gran parte fue objetivo y allí está la historia dándole la razón. Luego de ello, dejando para otros la selva central, los jesuitas optaron por apoderarse de la actual selva boliviana, entendiendo que hallarían allí poblados más numerosos y menos hostiles. El terreno quedó entonces allanado para los franciscanos, que no tardaron en desplazar a sus antecesores dominicos.

1 comentario:

  1. muy bueno el artículo, lástima que es muy corto,¿ no pueden publicar todo?, para mi sinceramente, ha sido muy corto porque investigo un asunto sobre un tema muy cercano a este tipo de artículos, de todas maneras me ha servido mucho y poco, felicitaciones al señor Palomino, que parece tener sus raíces por estas zonas, ¿ Tarma?, si es asi , es un bonito pueblo, de clima saludable, una catedral neoclásico que parece una bella artesanía ayacuchana y de gastronomía excelente y rica, y una población encantadora, felicidades, publica mas cosas que soy tu hincha n° uno.

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